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Miércoles 5 de Junio de 2024 / ¡Creo, Señor!

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Una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo.

Juan 9:25

¡Creo, Señor!

Este relato de Juan 9 nos cuenta la historia de un hombre ciego de nacimiento. Los discípulos le preguntaron a Jesús: “¿Quién pecó, este o sus padres, para que haya nacido ciego?”. El Señor Jesús les respondió: “No es que pecó este, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él” (v. 2-3). El pecado entró en el mundo por la desobediencia de un hombre (Ro. 5:12), y como resultado, todos los hombres son pecadores, espiritualmente ciegos a su estado de perdición. “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Ro. 3:23).

Después de responder a esta pregunta, Jesús “escupió en tierra, e hizo lodo con la saliva, y untó con el lodo los ojos del ciego”, y lo envió a lavarse en el estanque de Siloé, y regresó viendo. Los vecinos y conocidos del ciego no tardaron en reunirse, preguntándose cómo podía ser esto posible. Los fariseos lo interrogaron y se molestaron porque alguien había realizado este milagro durante el día de reposo. Los fariseos concluyeron que el Hombre que lo sanó (es decir, Jesús), debía ser un pecador. Pero entonces el hombre que había sido ciego pronunció una respuesta inquebrantable: “Una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo… Si este no viniera de Dios, nada podría hacer” (v. 25, 33). Sin dudarlo, y de forma espontánea, este hombre hizo esta afirmación tan audaz. ¿Qué le dio a este hombre, hasta entonces ciego, tal seguridad? Había conocido a este Hombre humilde y maravilloso que caminaba entre los hombres, aquel que podía decir: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn. 8:12).

Los fariseos expulsaron entonces a este hombre de la sinagoga, pero Jesús lo encontró y le preguntó: “¿Crees tú en el Hijo de Dios?”, y él respondió: “Creo, Señor; y le adoró” (vv. 35, 38). Qué hermosa respuesta de un corazón alcanzado por la compasión del Señor Jesús.

Querido lector, ¿tiene usted la misma seguridad de este ciego? ¿Puede decir usted que era ciego, pero que después de haber mirado a Jesús, puede ver?

Jacob Redekop

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Juan 9:25

¡Creo, Señor!

Este relato de Juan 9 nos cuenta la historia de un hombre ciego de nacimiento. Los discípulos le preguntaron a Jesús: “¿Quién pecó, este o sus padres, para que haya nacido ciego?”. El Señor Jesús les respondió: “No es que pecó este, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él” (v. 2-3). El pecado entró en el mundo por la desobediencia de un hombre (Ro. 5:12), y como resultado, todos los hombres son pecadores, espiritualmente ciegos a su estado de perdición. “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Ro. 3:23).

Después de responder a esta pregunta, Jesús “escupió en tierra, e hizo lodo con la saliva, y untó con el lodo los ojos del ciego”, y lo envió a lavarse en el estanque de Siloé, y regresó viendo. Los vecinos y conocidos del ciego no tardaron en reunirse, preguntándose cómo podía ser esto posible. Los fariseos lo interrogaron y se molestaron porque alguien había realizado este milagro durante el día de reposo. Los fariseos concluyeron que el Hombre que lo sanó (es decir, Jesús), debía ser un pecador. Pero entonces el hombre que había sido ciego pronunció una respuesta inquebrantable: “Una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo… Si este no viniera de Dios, nada podría hacer” (v. 25, 33). Sin dudarlo, y de forma espontánea, este hombre hizo esta afirmación tan audaz. ¿Qué le dio a este hombre, hasta entonces ciego, tal seguridad? Había conocido a este Hombre humilde y maravilloso que caminaba entre los hombres, aquel que podía decir: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn. 8:12).

Los fariseos expulsaron entonces a este hombre de la sinagoga, pero Jesús lo encontró y le preguntó: “¿Crees tú en el Hijo de Dios?”, y él respondió: “Creo, Señor; y le adoró” (vv. 35, 38). Qué hermosa respuesta de un corazón alcanzado por la compasión del Señor Jesús.

Querido lector, ¿tiene usted la misma seguridad de este ciego? ¿Puede decir usted que era ciego, pero que después de haber mirado a Jesús, puede ver?

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