Leonardo Da Vinci y Verrocchio

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El viejo maestro Andrea Verrocchio, uno de los pintores más famosos de su tiempo de Toscana, Italia, estaba muy enfermo. Un día, el artista mando a llamar a un joven que estaba en su taller, sosteniendo su paleta. “Hijo”, dijo su madre, “al maestro le gustaría verte. Date prisa y ve ahora mismo." El joven dejó su pincel y fue rápidamente a ver a Verrocchio. "Leonardo", dijo el maestro. "Este lienzo que he empezado a pintar, tú sabes el del altar de San Juan, ¿podrías terminarlo por mí?". El estudiante lo miró sorprendido. “Maestro, lo siento mucho, pero no puedo. Lo estropearía con solo tocarlo". El viejo pintor sonrió. “No, hijo mío, haz tu mejor esfuerzo. Hazlo por mí. ¡Tengo que terminarlo y sé que puedes hacerlo!" Esa noche, en el ático, en una casa de Florencia, el joven oró: "Dios", dijo, arrodillándose, "por favor ayúdame, por el bien de mi maestro, ¡Ayúdame a dar lo mejor!" Una vez que el lienzo estuvo terminado, fue a mostrárselo al viejo Verrocchio. "Hice lo mejor que pude, Andrea, para ti." El anciano comenzó a llorar: "Mi hijo, mi querido hijo, ¡es bueno, es muy bueno! Ya no necesito volver a pintar. Florencia estará orgullosa de ti un día, Leonardo da Vinci". En cada uno de nosotros hay dones y talentos, que nuestro Maestro conoce perfectamente. Y que quiere que usemos para Su gloria. ¿Qué estás haciendo con esas habilidades únicas que tienes? ¿Qué estás haciendo con tu salud, con tu vida? ¡Que Dios te ayude a encontrarte a ti mismo!