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ZARAGOZA TE HABLA
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Zaragoza te habla” es una nueva sección del magacín cultural transmedia "Siéntelo con Oído" que publicamos todos los jueves en nuestro blog https://www.sienteloconoido.es. José María Ballestín Miguel, historiador y responsable, junto con Antonio Tausiet, del Gran Archivo Zaragoza Antigua (GAZA), partiendo de imágenes de ese archivo, nos irá relatando la historia de lugares, calles, edificios o parajes de nuestra ciudad… Apasionante. Zaragoza te habla, no dejes de escucharla.
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Alle afleveringen
×En el programa de hoy, noveno y último de la presente temporada, vamos a centrarnos en una breve aproximación a la historia de la actual plaza de España. Para los habituales del programa, seguro que os acordáis que hace un par de temporadas dedicamos un programa a las dos plazas de España que llegó a tener casi al mismo tiempo Zaragoza en 1937 y cómo se solucionó esa duplicidad. En esta ocasión, vamos a recordar la no muy larga pero intensa vida de este singular y moderno espacio ciudadano, tan cambiante como la historia de la que ha sido testigo desde hace poco más de doscientos años. Desde la Edad Media y hasta 1808 el espacio de la plaza era muchísimo más reducido, pues desde mediados del siglo XV estaba constreñida por el enorme hospital de Gracia y desde finales del siglo XIII por la iglesia y huerta del gran convento de San Francisco, que precisamente le daba nombre al pequeño espacio comprendido entre el Coso de Carabaceros y el de los Pelliceros, junto a la Puerta Cineja. En esta diminuta plaza de San Francisco destacaba al este y desde el siglo XV el monumento votivo denominado “Cruz del Coso”, que fue reedificado en 1632 y remodelado en su ornato en 1761. La plaza se abría hacia el sur a la estrecha calleja de Santa Engracia, que conducía a ese monasterio y a la puerta del mismo nombre, que por la escasa anchura y categoría de la citada calleja no era entrada principal a la ciudad desde el suroeste, en beneficio de la Puerta del Carmen. Todo cambió con los asedios franceses de principios del siglo XIX, que transformaron radicalmente esta zona de la ciudad por el impacto destructivo tanto en el hospital de Gracia como en el convento de San Francisco, de tal forma que la nueva administración ocupante proyectó aquí el primer ensanche contemporáneo mediante un nuevo paseo Imperial que abría la ciudad hacia el sur entre las ruinas de la antigua plaza de San Francisco y el monasterio de Santa Engracia. Desde entonces la ligazón de la plaza con el nuevo paseo fue absoluta, convirtiéndose desde entonces y de esta forma en el nuevo centro urbano. La salida francesa de la ciudad en 1813 supuso que la plaza conoció el primer cambio de nombre, al recibir el del “Deseado” monarca absoluto Fernando VII. La época isabelina le otorgó el nombre con el que desde 1837 sería conocida durante una centuria: plaza de la Constitución, y además conoció el lento despeje de las ruinas de la guerra y la progresiva urbanización de la nueva plaza, con algunos de sus referentes visuales que desde entonces la caracterizarían, destacando entre ellos la Fuente de la Princesa desde 1845, el palacio de la Diputación Provincial desde 1858 y el Gran Hotel de Europa desde 1861. El creciente prestigio social de la plaza fue creciendo en paralelo a la ubicación en ella y en sus aledaños de algunos de los mejores comercios y hoteles de la ciudad, amén de algunos de los más importantes cafés como el Suizo, el Gambrinus, la Perla, el Oriental y el Royalty. Esta plaza fue además epicentro de las líneas de tranvías que desde 1885 y con tracción a sangre vertebraron el transporte urbano: Bajo Aragón, Torrero, Arrabal, Madrid y Circunvalación. Desde 1902 los modernos tranvías eléctricos continuaron este hecho. La llegada del siglo XX trajo la primera gran transformación de la plaza, cuando la Fuente de la Princesa fue desmantelada en 1902 y sustituida por el monumento a los Mártires de la Religión y la Patria, de la misma forma que el monumento a Pignatelli era removido de la plaza de Aragón y sustituido por el del Justiciazgo. Este cambio se llevó por delante los tradicionales aguadores de la plaza e incluyó también la primera de las numerosas reformas de la isleta central que la rodeaba primero la fuente y luego el monumento, desde entonces cada vez más supeditada al creciente tráfico rodado conforme avanzaban las décadas del siglo. En los años veinte tuvo lugar otra reforma de la isleta central, la desaparición de los cuatro decimonónicos quioscos de la plaza, y el surgimiento de varios edificios de otras tantas entidades bancarias que desde entonces dieron nuevo significado a la plaza: primero había sido el pionero banco Hispano-Americano a mitad de los años diez (sustituido en los años cuarenta por un inmueble más moderno), luego el Zaragozano y también la compañía de seguros La Catalana a finales de los años veinte, y a principios de los años treinta la nueva sede del Banco de España, construido sobre el solar del Gran Hotel de Europa, e inaugurada en 1936. En esas primeras décadas del siglo XX la plaza se convirtió en escenario habitual de actos públicos generalmente de contenido religioso y militar, además de los protagonizados por la comparsa de Gigantes y Cabezudos. Como una de las consecuencias de la sublevación militar contra la Segunda República española en julio de 1936, la plaza fue cambiada de nombre por última vez hasta la fecha, de forma que desde 1937 es la plaza de España, aunque para ello hubiera que cambiarle el nombre a la plaza de España proyectada y trazada en el ensanche de Miralbueno, que desde entonces tiene el nombre de San Francisco. Otra reforma de la plaza esta vez en 1942 dibujó un escenario de transición que perduraría casi veinte años, hasta la gran reforma de 1961 que, vinculada a la sustitución del bulevar del paseo de la Independencia por una autopista urbana, convirtió la plaza de España en una rotonda automovilística reforzada por el programado desmantelamiento de las líneas de tranvía, sustituidas de forma progresiva por autobuses urbanos. Relacionado con esta intervención, a mediados de los años sesenta dio sus últimos coletazos el viejo proyecto de prolongar el paseo de la Independencia hasta la plaza del Pilar, derribando la parte del caserío del Casco Viejo correspondiente. Afortunadamente, este proyecto se quedó en eso, en un proyecto. Mientras tanto, el decimonónico edificio de la Diputación Provincial fue derribado y sustituido a mediados de los años cincuenta por el actual palacio proyectado por el arquitecto Teodoro Ríos Balaguer. La denominada “transición” política de mediados de los años setenta conoció una nueva intervención en la plaza, que desde esos años se convirtió también en epicentro de las crecientes movilizaciones y manifestaciones que caracterizaron esa época y la democracia recuperada. A principios del siglo XXI la plaza de España fue objeto de una intervención integral al hilo de la famosa reforma del paseo de la Independencia mediatizada por el descubrimiento de los restos arqueológicos del antiguo arrabal musulmán de Sinhaya, y en 2011 tuvo lugar la última gran reforma hasta la fecha, en esta ocasión provocada por la afortunada instalación del tendido de la línea 1del recuperado tranvía urbano. La actual plaza de España es un espacio urbano absolutamente referencial en la ciudad, si bien hace ya tiempo que no es el “centro” de la ciudad. Conocer su historia, por ello, es también entenderla mejor. Nos escuchamos y leemos el curso que viene. Un cordial saludo. -José María Ballestín Miguel-…
En el programa de hoy, octavo ya de la presente temporada, os invito a dar un breve repaso a algunos de los teatros que tuvo la ciudad de Zaragoza a lo largo de su historia. En unos días en que la vida institucional del país, al menos esa que nos imponen las empresas de comunicación ligadas al mantenimiento del statu quo de siempre, parece trufada de espionajes varios, cloacas y sus oscuros moradores, además de los aprovechados comisionistas de rigor y los primos políticos, de una forma que no desmerecería el guión más alocado de una terrible a la par que burlesca representación escénica, vamos a regresar por unos minutos a aquellas artísticas tablas en las que la realidad se evadía o superaba mediante una ficción casi inimaginable, y no al contrario. La historia de los teatros desaparecidos de Zaragoza es también la historia misma de la ciudad, de cómo sus costumbres, gustos y preferencias artísticas dominantes han ido configurado sus espacios de ocios a lo largo de la historia. De esta forma, y si de recintos estables de teatro hablamos, nos tenemos que remontar al siglo I, al teatro romano construido en época de Tiberio y Claudio, con 6.000 espectadores de capacidad En el siglo III cesó en sus actividades y fue abandonado, sus materiales poco a poco reutilizados y su estructura progresivamente reaprovechada para acoger viviendas, de forma que en la época medieval su entorno aparecía urbanizado y sin apenas rastro de que hubiera habido un gran teatro en esa zona hasta su casual redescubrimiento en 1972 cuando una entidad de ahorros local pretendió construir allí su nueva gran sede central. Tras décadas de incertidumbre, sus restos fueron felizmente preservados y museizados para disfrute público. Durante la etapa medieval de Zaragoza tras su conquista cristiana en 1180 las representaciones teatrales fueron de clara preponderancia religiosa y se realizaban sobre todo al aire libre, en la plaza de la Seo, el entorno de la puerta Cineja y su inmediato tramo del Coso hasta la plaza de San Francisco, y la gran plaza del Mercado. La Edad Moderna conoció la fundación de los primeros teatros estables, como una “Casa de Farsas” en la actual calle de Alcober, la municipal “Casa de Comedias” en el Coso, y su vecino “Teatro del Hospital de Gracia” que financiaba el gran hospital del mismo nombre. Este teatro, tras el cierre de la Casa de Comedias se convirtió en el principal teatro de la ciudad, gestionado de forma mixta por el hospital y el concejo. Tras una gran renovación en 1768, en 1778 un incendio lo devastó y dejó a la ciudad se quedó sin teatros estables hasta que en 1799 fue inaugurada la nueva “Casa de Comedias de la Ciudad” en el Coso. El siglo XIX llegó a Zaragoza con los escenarios teatrales de la referida Casa de Comedias, y las plazas del Mercado y de La Seo al aire libre. La Casa de Comedias cambió de nombre en 1830, de forma que desde entonces es el Teatro Principal, y durante la segunda mitad del siglo se produjo una importante fundación de nuevos escenarios. Así, en 1853 se habilitó el Teatro Variedades en la actual calle de Espoz y Mina, donde estuviera el antiguo colegio de las Vírgenes del siglo XVI, que durante veinte años fue el segundo teatro más importante de la ciudad, para luego convertirse en un “espacio para todo” incluyendo mítines y reuniones políticas durante la Primera República. Tras su clausura en 1873 tuvo diversos usos, hasta que en 1946 fue derribado y sustituido por un bloque de viviendas. El actual paseo de la Independencia se fue configurando como el principal espacio donde se concentraba el ocio teatral de la Zaragoza de la segunda mitad del siglo XIX, como el Teatro Novedades, abierto en 1864 en la esquina con la calle del Marqués de Casa Jiménez, donde antes estuvieron los Baños de Zacarías. Fue también salón de baile, escenario de comedias de magia, zarzuelas, atracciones circenses, espiritismo, e incluso el fonógrafo de un tal Edison… Fue clausurado en 1892 y derribado para dar continuidad a los porches del paseo. Desde 1850 y en la actual calle de Josefa Amar y Borbón hubo un espacio de entretenimiento que en 1869 se convirtió en el Teatro Lope de Vega, que también acogió atracciones varias y, sobre todo, salón de baile que permitía “socializar” a las clases bajas de la ciudad. Fue clausurado en 1886, y luego derribado para ser sustituido por un edificio de viviendas. El Teatro Pignatelli se levantó en 1878 en el tramo del paseo de la Independencia entre plaza de Santa Engracia y calle de Juan Bruil. Nació como teatro provisional de verano, aunque su vida útil se extendió hasta 1914. Se le consideró un hito en la moderna arquitectura del hierro en España, que en verano se convertía en el corazón del ocio urbano y en invierno en salón de baile. Fue teatro y escenario de obras líricas y variedades, circo, ilusionismo y cine. Entró en decadencia en 1908 y en 1914 fue derribado. En su solar se construyeron los edificios de correos y telégrafos, y el de teléfonos. Hubo algunos otros espacios urbanos que durante unos pocos años albergaron espacios teatrales, como el Teatro de los Campos Elíseos (1875-1880), donde poco después se habilitó un velódromo y en los años 40 se construyó el edificio Elíseos que albergó un cine del mismo nombre. En la calle de San Miguel entre 1880 y hasta 1893 hubo un espacio que primero fue denominado El Prado Aragonés y luego Teatro Goya hasta que su recinto albergó la eléctrica Electra Peral Zaragoza, luego ERZ. Hubo un segundo Variedades, en este caso Salón, en el paseo de la Independencia, que fue conocido como “la bombonera del paseo” por su popularidad. Estuvo activo entre 1899 y 1924, y tras su cierre fue reconvertido en el Cinema Aragón. En la calle de San Miguel brilló con luz propia entre 1887 y 1961 el Teatro Circo, cuya historia merece un monográfico, incluido su triste final por derribo para dar paso a un bloque de viviendas, y fuese como si no hubiera sido. En 1910 fue inaugurado el Teatro Parisiana en el paseo de la Independencia, tramo entre las calles de Zurita y de Sanclemente, donde estuvo antes el Café de la Iberia. Se convirtió en el centro social de las clases pudientes como teatro, salón de variedades y espectáculos de zarzuelas. En invierno se retiraban las butacas y se programaban fiestas, bailes, e incluso como pista de patinaje y ring de boxeo y lucha libre. A finales de los años veinte el cine comenzó a cobrar protagonismo en su programación, además de obras de teatro, zarzuela y sobre todo las variedades, destacando la actuación en 1930 de Josephine Baker. Durante la Segunda República albergó actos políticos, culturales y asociativos. Fue derribado en 1934 para dar paso al más moderno “Nuevo Teatro Parisiana”, inaugurado en 1935 y que en 1938 tuvo que “españolizar” su nombre y se le redenominó Teatro Argensola. Desde 1945 fue sobre todo cine … y escenario de las antropológicas perfomances de Paco Martínez Soria. La crisis del sector se lo llevó por delante en 1986-87. En 1914 fue inaugurado como teatro el Salón Fuenclara en la calle del mismo nombre, que desde los años 50 fue reconvertido en cine, siendo cerrado en 1987. El entorno de la antigua huerta de Santa Engracia, remodelada para dar cabida a la Exposición Hispano-Francesa de 1908, albergó dos espacios teatrales: el teatro del Casino de la Exposición activo durante ese año, y el Teatro del Petit Park, que en 1916 formó parte del complejo de ocio de ese mismo nombre, luego redenominado Parque Saturno, y que estuvo activo hasta 1925, derribado para permitir el cierre de la urbanización del entorno de la actual plaza de los Sitios. Como “teatros” también pueden ser calificados dos de los cabarets de Zaragoza: el Royal Concert activo en la calle de Boggiero desde 1915, y que desde los años 40 fue El Oasis hasta su cierre en 1995; y el Maxim’s en la calle de los Estébanes, activo entre 1922 y 1936. El complejo del Iris Park, entre las calles del Azoque y de la Soberanía Nacional, fue inaugurado en 1931 y se convirtió en el centro de ocio más grande de la ciudad. Albergaba un Gran Teatro para 2.300 personas, además de otras varias infraestructuras. En julio de 1936 fue requisado por Acción Ciudadana que procedió a “españolizar” nombre, y desde entonces fue el Parque Iris. Tras la guerra ejerció de cine de reestreno, y fue clausurado en 1953 y derribado el año siguiente, aunque su sala de cine perduró hasta 1964, cuando fue demolida. En parte de su solar se construyó el nuevo Teatro Iris, inaugurado en febrero de 1955, y que desde 1958 y hasta su cierre en 1999 funcionó como Teatro Fleta. Con la crisis de las salas de cine decayó y desde entonces entró en una espiral cuya triste y procelosa historia terminó con su vergonzoso derribo en 2001, y así seguimos más de 20 años después Tras este repaso por los desaparecidos teatros de Zaragoza, nos escuchamos pronto en la próxima entrega de “Zaragoza te habla”, la última de este intenso curso. Un cordial saludo. José María Ballestín Miguel…
En el programa de hoy, séptimo de la presente temporada y cuando se cumple la séptima semana desde el inicio de la invasión rusa de Ucrania, os propongo hacer un recordatorio de cuando la guerra (como esta guerra, terrible e injustificable tal todas las otras guerras terribles e injustificables que siguen activas a lo largo y ancho de este mundo) decía de cuando la guerra no era televisada, y Zaragoza fue una plaza militar con sus murallas y sus cuarteles para la tropa y oficialidad. Hoy haremos, de esta forma, un breve repaso de diversos acuartelamientos que ha tenido la ciudad de Zaragoza, algunos incrustados en el mismo corazón de su casco urbano. Zaragoza contaba desde su fundación romana con un recinto amurallado de piedra de función militar defensiva que circunvalaba el actual Casco Histórico delimitado entre el Coso y el paseo de Echegaray y Caballero. La robusta fábrica de esta muralla hizo fracasar, entre otros, el famoso asedio merovingio en 542. Tras la conquista musulmana en 714 la ciudad fue prosperando y consolidando nuevas zonas urbanas extramuros hacia el este, el sur y el oeste que fueron protegidas por un nuevo recinto amurallado, en este caso de adobe y ladrillo, que desde las Tenerías llegaba hasta la actual plaza de Europa. Otro famoso asedio, el franco de 778, fracasó también ante las murallas de Saraqusta. En 1118 los cristianos conquistaron la ciudad, que vería pasar casi seiscientos años hasta verse afectada directamente por otra guerra. Fue a principios del siglo XVIII, cuando la disputa por la sucesión española al trono, que Zaragoza comenzó a poblarse de cuarteles. Aunque contaba con un “castillo” o “fuerte” (la Aljafería) su deplorable estado lo hacía impracticable como cuartel, y ante la ausencia de otras dependencias estables de infantería y caballería, la tropa y oficialidad se instaló en edificios civiles circunstancialmente reconvertidos como estancias cuarteleras. Así, la casa-palacio de los Urriés en la calle de los Predicadores, una cercana casa de la calle de la Hilarza, el mesón del Milagro y una casa inmediata en la calle de Predicadores hicieron las veces de cuarteles de infantería, y los mesones de San Ildefonso y de San Vicente, ambos en la calle del Carmen, fueron utilizados como cuarteles de caballería. Esta situación se prolongó durante casi medio siglo, incluyendo otras ubicaciones en casas alquiladas en la Puerta Quemada, el Coso, las plazas de la Magdalena y de Santa Marta, la Tripería, el Arrabal, los mesones de San Juan y de Santa Fe, etc. En la primavera de 1766, durante el denominado “motín de los broqueleros”, la carencia de cuarteles estables de caballería fue solventada con el habitual recurso al alojamiento improvisado, si bien pocos años después esta situación tomó un nuevo rumbo, cuando un cuartel de caballería permanente y de nueva planta fue diseñado y construido en la plaza del Portillo, y tras décadas de planes y proyectos sin concretar, luego de una destacada remodelación, la Aljafería fue convertida en cuartel permanente de infantería. Durante los terribles asedios franceses de 1808-1809 la ciudad fue militarizada y su cinturón de conventos reconvertido en fuertes armados: San Lázaro, Jesús, San Agustín, San José, Santa Engracia, Capuchinos, Carmen, Agustinos del Portillo..., como también lo fue el céntrico convento de San Francisco, siendo esa reconversión militarista la que hizo que resultaran destruidos o gravemente afectados por los combates. Fue precisamente ese temporal uso militar de los conventos el que, tras los procesos de exclaustramiento o desamortización a principios del siglo XIX, llevó a que varios de ellos encontraran desde entonces un definitivo acomodo castrense, al hilo de las varias guerras civiles o carlistas que en 1838 afectaron a Zaragoza directamente con el famoso episodio del cinco de marzo de 1838. De esta forma, tomaron carta de naturaleza los nuevos cuarteles de San Lázaro, San Agustín, Santa Engracia, el Carmen, Hernán Cortés (antiguo convento de Capuchinos), Trinitarios y La Victoria. El convento de San Ildefonso fue reconvertido en Hospital Militar, el de las Carmelitas Descalzas de San José en Parque de Ingenieros y luego Gobierno Militar, el Hospital de Convalecientes en el Cuartel de Ingenieros de Sangenis, una antigua salitrería militar en Parque de Artillería, y dentro del complejo portuario civil del Canal Imperial en Torrero se habilitó un gran cuartel de caballería del mismo nombre. El Castillo de la Aljafería y el Cuartel de caballería del Cid perduraron como dependencias militares, mientras que otro espacio militar, la Capitanía General, ocupó varias sedes provisionales hasta que a finales del siglo encontró su emplazamiento definitivo en la plaza de Aragón. A este proceso hay que añadir el que desde principios del siglo XX llevó a conformar el descomunal espacio militarizado que ocupa un tercio del término municipal de Zaragoza, conformado por el Campo de Maniobras de San Gregorio (originalmente de Alfonso XIII) con el pionero Cuartel del General Luque y el anexo recinto de la Academia General Militar de finales de los años 20. En esa década se construyó además el nuevo cuartel de artillería ligera de Palafox con su anexa pista de equitación y el Cuartel de Sanidad Militar en la carretera de Valencia. Además, el recinto del antiguo ferial de ganados junto al río Huerva fue reconvertido en Corral de Abastos de Intendencia, y el penal de San José en Cuartel también de Intendencia. Dentro de esta dinámica de constante aumento de cuarteles hay que reseñar la desmilitarización del cuartel de Santa Engracia, desmantelado poco antes de la Exposición Hispano-Francesa de 1908. Ya antes habían sido derribadas las murallas, salvo unos pocos lienzos reaprovechados por las viviendas a ellos anexos. La Guerra Civil de 1936-1939 convirtió a Zaragoza en un gran cuartel, centro hospitalario y centro industrial con fines militares. A tal efecto se militarizaron numerosos espacios y edificios para albergar cuarteles, hospitales y centros de detención y de represión. Tras la victoria de los nacionalistas en 1939 aún habrían de surgir nuevos espacios militares en la ciudad, como el Cuartel de Automóviles en las Tenerías, el Cuartel de Sementales en la calle del Asalto, el Cuartel de Valdespartera construido sobre los vales en los que en la guerra se había fusilado a centenares de republicanos, el Cuartel de Casablanca resultado de la ampliación del Cuartel de Sanidad Militar, y un nuevo Hospital Militar. Además, en el interior de la ciudad surgieron otros espacios militares, como la nueva Jefatura del Aire en la plaza de José Antonio, la sede de diversos negociados del Ejército del Aire en el paseo de Calvo Sotelo, y la Farmacia Militar en el paseo de las Damas. Esta sobresaturación militar en la ciudad comenzó a ser revertida parcialmente cuando el Cuartel del Carmen fue desmilitarizado en los años 50, y sobre todo mediante la denominada “Operación Cuarteles” que en los años 70 y primeros 80 vio, previo pago de compensaciones económicas pactadas, el paso del ramo de la guerra a la sociedad civil de los cuarteles de Hernán Cortés, San José, Automovilismo, San Lázaro, Palafox, Aljafería, Sangenis, San Agustín, Parque de Artillería, Gobierno Militar, Sociedad Hípica, Corral de la Leña, Polvorines de Torrero y una pequeña parte del cuartel de Torrero. En los años 90, y a cambio de un sustancioso pellizco económico, le tocó al cuartel de Sementales. Ello no significa que la presencia militar en la ciudad haya desaparecido, ni mucho menos. Continúa como solía, si bien de forma menos explícita y más discreta. Como casualmente hoy se cumple el aniversario 91 de la proclamación de la Segunda República Española, vamos a terminar hoy de forma un poco más festiva que el contenido del programa que ahora finalizamos con el preceptivo y saludable ¡Salud y República! Nos escuchamos pronto. -José María Ballestín Miguel-…
En el programa de hoy, sexto ya de la temporada, y cuando según el Ministerio de Sanidad ya se han superado los 100.000 fallecimientos por el COVID-19 en España, os propongo hacer un breve repaso de los diferentes lugares de enterramiento que ha tenido Zaragoza desde su fundación romana hace 2.037 años, que son bastantes, y alguno ciertamente sorprendente. Cuando en el año 15 antes de Nuestra Era tuvo lugar la fundación de la Colonia de Caesaraugusta, en Roma ya estaba asentada hacía tiempo la prohibición de enterrar cadáveres dentro del perímetro de la ciudad por razones de higiene y seguridad. Por ello, los enterramientos se realizaban a ambos lados de los principales caminos de acceso a la urbe. Así, en la Zaragoza romana hubo una necrópolis en la parte oriental de la periferia que, una vez cruzado el río Huerva, se extendía a ambos lados de la calzada que llevaba a la actual Gelsa, en lo que hoy es el barrio de Las Fuentes hasta la altura de la calle del Monasterio de Nuestra Señora del Pueyo. Otra necrópolis se extendía en la zona occidental de la ciudad, junto a la calzada que prolongaba el decumano máximo en dirección a la actual ciudad de Astorga, siguiendo la actual calle de los Predicadores. Se supone que había otra necrópolis junto a la calzada que salía de la ciudad hacia el sur, en lo que hoy sería el paseo de la Independencia y la plaza de Aragón, aunque en este caso y a diferencia de los dos anteriores, no se han encontrado restos arqueológicos que lo confirmen, como tampoco ha sucedido en el camino de salida hacia el norte por el Arrabal. Los primeros enterramientos cristianos continuaron la costumbre de realizarlos donde ya lo hacían los romanos, aportando algunos espacios propios, como el actual paseo de Echegaray y Caballero y el entorno de la plaza de Santa Engracia, donde encontraron descanso eterno los famosos dieciocho “Innumerables Mártires”. En la etapa visigoda comienza a generalizarse la práctica de enterrar en las iglesias parroquiales, si bien sólo en el caso de los sacerdotes y algunos seglares “virtuosos y meritorios”. Durante el dominio musulmán de Saraqusta, los muertos se enterraban en tres “almecoras” fuera de la ciudad, pero no muy lejos de las puertas de acceso. Las dos primeras, al oeste y al sur, se correspondían con las preexistentes zonas de enterramiento de romanos (calle de los Predicadores) y cristianos (plaza de santa Engracia), y la del este se extendía por el arrabal luego ocupado por el convento, primero de San Francisco y luego de San Agustín. La conquista cristiana de 1118 generó un espacio denominado “Barranco de la Muerte” en el monte de Torrero, donde supuestamente habría habido un encuentro armado y gran cantidad de moros habrían allí muerto. Ese año supuso también una auténtica revolución en lo que a las necrópolis se refiere, ya que se abandonó el enterramiento en la periferia de la ciudad para practicarlo bien junto a las iglesias intramuros, en una zona anexa a la iglesia denominada fosal o fosar, o bien en el interior mismo de los templos, como ya se empezó a practicar en tiempos de los visigodos. De esta forma, apareció una miríada de espacios de enterramiento, que incluía tanto las parroquias (nueve mayores: La Seo del Salvador, Santa María la Mayor, San Gil, Santiago o San Jaime, Santa María Magdalena, San Felipe, Santa Cruz, San Pablo y San Juan del Puente; seis menores: San Nicolás, San Lorenzo, San Andrés, San Pedro, San Juan el Viejo y San Miguel de los Navarros; y una dependiente de la diócesis de Huesca: Santa Engracia), los conventos mendicantes (el ya referido de los Franciscanos y luego Agustinos, Predicadores de Santo Domingo, Predicadoras de Santa Inés, frailes menores de Franciscanos, Santa Catalina, Jerusalén, Carmelitas), las órdenes militares (El Temple, San Juan, Santo Sepulcro), y también los espacios segregados de las religiones minoritarias (Fosal de los Moros y Fosal de la Judería, ambos posiblemente en el entorno de la puerta del Portillo, fuera del muro de rejola), e incluso un lazareto (San Lázaro, en el Arrabal de Altabás). Durante la Contrarreforma católica, a esta relación de conventos se sumaron otros doce cenobios masculinos y femeninos, y cada uno incluía su correspondiente y preceptivo camposanto. En total, Zaragoza llegó a contar a la vez con unos 40 cementerios.... Así fue hasta que las luces de la Ilustración comenzaron a alumbrar a finales del siglo XVIII una nueva etapa en el negociado de la muerte, cuando médicos y autoridades propugnaron acabar con las inhumaciones dentro de la ciudad y de los templos, tanto por razones sanitarias como estéticas. Efecto inmediato de la generalización de los cementerios extramuros (como en tiempo de los romanos), sería la liberación del codiciado suelo hasta entonces ocupado por los numerosos y céntricos fosales parroquiales, y que fue vendido al mejor postor y pronto edificado. Pero este paso de las musas al teatro en cuestiones mortuorias no se generalizaría hasta bien entrado el siglo XIX. De esta forma, el primer e ilustrado cementerio de Zaragoza fue el del Hospital de Gracia, proyectado en el camino de la Cartuja Baja para quienes morían en ese hospital y no tenían medios para ser sepultados en alguna de las parroquias de la ciudad. Tras la escabechina provocada por los asedios de 1808-1809, la nueva administración francesa intentó en vano que el de la Cartuja se convirtiera en el único cementerio de la ciudad. De esta forma, cuando los franceses dejaron la ciudad en 1813 las cosas mortuorias, como todas las demás, volvieron por donde solían. En 1832 se comenzó a construir por fin el primer recinto de un nuevo cementerio municipal permanente al sur del Canal Imperial, en las alturas del monte de Torrero, con proyecto de los arquitectos Joaquín Gironza Langarita y José Yarza Miñana. Pero en 1858 las parroquias comenzaron a construir un nuevo cementerio propio en el Término de Miralbueno, llamado del Terminillo o de la Casa Blanca, junto a la carretera de Valencia, al objeto de sustituir al municipal cementerio de Torrero y seguir ingresando de esta forma notables ingresos mediante la gestión del negociado de la muerte. Fue inaugurado en enero de 1864, pero su “vida útil” fue sólo de poco más de dos años, en los que se pobló con casi 3.500 “residentes”. Sólo en 1912 se exhumaron todos esos restos y se trasladaron a Torrero, siendo el solar resultante vendido en pública subasta y comprado por el arzobispo Soldevilla, que allí fundó la Escuela Asilo de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Mientras tanto, el cementerio de Torrero pasó por diversas fases hasta que se convirtió definitivamente en el cementerio de Zaragoza, conociendo desde entonces numerosas ampliaciones (1874, 1877, 1885, 1890, 1903, 1918, 1936, 1958, 1970, 1985…) que lo han consolidado como la auténtica ciudad de los muertos de Zaragoza. Quien esté interesado en este tema, hay una referencia bibliográfica absolutamente imprescindible, titulada “La ciudad y los muertos. La formación del cementerio de Torrero”, de Ramón Betrán Abadía. Un cordial saludo, y aunque los perros y las perras de la guerra pontifiquen que decir ahora NO A LA GUERRA Y NO A LA MUERTE EN UCRANIA, PARAR LA GUERRA, es algo“naif”, o lo mismo que “ponerse de perfil”, dejemos que sean otros los que proclamen el atávico ¡viva la muerte, viva la guerra! Y de los muertos de hoy, a los muertos de hace unos años, porque mañana viernes se cumple el aniversario dieciocho del horroroso 11-M del año 2004 en que aquél infame Gobierno de Aznar trató de mercadear sin ningún escrúpulo muertos por votos de forma repugnante y abyecta. Un recuerdo a las víctimas del terrorismo y a sus familiares. Cordiales saludos, y nos escuchamos pronto. -José María Ballestín Miguel-…
En el programa de hoy, quinto ya de esta temporada y segundo del presente año 2022 que ya comienza su mes segundo, os propongo un recordatorio de las más que interesantes fotografías realizadas en Zaragoza por Ángel Cortés Gracia, alias Skogler, durante la Guerra Civil, todo un muestrario de la Zaragoza azul que se impuso por la fuerza de las armas un 19 de julio para darle la vuelta a lo que las urnas, por “error”, habían determinado en febrero de 1936 que tenía que ser de otra forma. A mediados del pasado año 2021, y con el impulso de la Diputación Provincial de Huesca, pudimos disfrutar del visionado de un buen puñado de fotografías inéditas de Zaragoza en la segunda mitad de los años 30, aunque para eso hubiera que desplazarse a ver su exposición… hasta Huesca. Con el título “Skogler-Ángel Cortés. El visor falangista de la Guerra Civil y la posguerra (1936-1948)”, se pudieron contemplar allí y de esta forma decenas de fotografías realizadas por el fotógrafo zaragozano Ángel Cortés Gracia, que fuera operario del gabinete fotográfico de Carlos Skogler Fredikson y que desde 1933 pasó a regentar su estudio ubicado en el nº 31 del Coso, ante la plaza de la Constitución, conservando la marca “Skogler” por el prestigio asociado a ella. Por su condición de “Camisa Vieja” es decir, afiliado a la Falange antes de la sublevación militar de julio de 1936 y sobre todo por su trabajo en el nuevo diario “Amanecer. Diario Nacional Sindicalista”, que comenzó a publicarse el 11 de agosto de 1936 donde hasta entonces estuvo el incautado “Diario de Aragón”, “Skogler” cubrió preferentemente desde entonces y hasta el final de la guerra numerosos actos protagonizados por la Falange en Zaragoza. De esta forma, el “fondo Skogler” ofreció una extensa galería de imágenes que desde el mes de julio de 1936 y hasta el año 1939 ilustran el panorama de la “nueva” Zaragoza impuesta a sangre y fuego. En su inmensa mayoría se trata de imágenes relacionadas directa o indirectamente con la guerra iniciada ante la fuerte resistencia de la República democrática. Así, por ejemplo, el cuartel de los Castillejos en Torrero se nos muestra como uno de los epicentros de la organización militar de los sublevados, incluyendo las visitas de altos mandos militares, como el general Millán Astray. De este cuartel parten numerosos desfiles hasta el centro de la ciudad que discurren por el paseo de Sagasta (luego del General Mola). El previsto colegio de San Agustín en el camino de los Torres fue durante esos años reconvertido en hospital y en cuartel de Falange, como testifican varias interesantes fotografías. Las prácticas de tiro protagonizan también varias fotos en escenarios de San Gregorio y otros cuarteles urbanos. El exitoso devenir de la guerra para los sublevados aporta la celebración callejera de cada una de las victorias militares, como por ejemplo, la toma de Bilbao, y la captura de material de guerra a los milicianos primero y al Ejército Popular después, conlleva su exhibición en la calle o en las inmediaciones del Pilar. Los desfiles militares inundan la ciudad, bien por parte de las fuerzas de la guarnición, o de las diferentes tropas de paso por la ciudad de camino o regreso de los frentes de guerra, como por ejemplo muestra la espectacular serie de fotos de la llegada de los defensores del Santuario del Pueyo. También de carácter militar son las numerosas conmemoraciones del nuevo régimen: aniversario de la fundación de Falange; aniversario del Decreto de Unificación de FET y JONS, con presencia del “caudillo” Francisco Franco en el impresionante marco escénico del “Campo de la Victoria”; los grandes homenajes al “Ausente” José Antonio Primo de Rivera en el parque de Buenavista y en la plaza de La Seo; una magna marcha nocturna con antorchas para conmemorar el aniversario del “Glorioso Alzamiento Nacional”; la celebración por todo lo alto del “Día del Caudillo”; los funerales en memoria del “protomártir” José Calvo Sotelo en Santa Engracia, etc., etc. En estas celebraciones de calle tiene una importante presencia la Sección Femenina, que además de desfilar marcialmente hasta el Pilar, también rinde homenajes a sus “caídas”, como el caso de Marina Moreno, y realiza un gran almuerzo en el restaurant Las Palmeras. La presencia femenina también protagoniza las cuestaciones callejeras, los quioscos de libros con novedades editoriales, las mesas de recogida de libros para los soldados del frente, y la atención de los comedores del Auxilio Social. Hasta Pilar Primo de Rivera, la jefa nacional de la Sección Femenina, visita Zaragoza. Otro capítulo importante son los homenajes a los “caídos por Dios y por España”, que en esos años tiene como escenario central el entorno de la Puerta del Carmen, además del cementerio católico de Torrero. Algún caso concreto, como el funeral del capitán Hernández Blasco de la Bandera Sanjurjo, permiten ofrecer insólitas imágenes del cortejo funerario por el tramo medio del Coso junto el edificio del antiguo Banco de España, reutilizado como sede de la Legión. Y unos coches fúnebres a las puertas del Hospital Militar ubicado junto a la iglesia de Santiago nos ofrecen una inédita vista de este espacio desaparecido. Los aliados italianos y alemanes de los sublevados muestran una destacada presencia, como la bendición del gallardete del italiano “Fascio di Saragozza”, o las celebraciones nazis del cumpleaños del “Führer” en el Colegio Alemán y de la toma del poder en el Casino Mercantil, además de la habitual participación en los homenajes a los “caídos” o en la corrida de toros homenaje a la Aviación nacionalista. La legión Cóndor establecida en Zaragoza aporta varias imágenes donde aparece su gran jefe, Wolfram von Richthofen. Los efectos de los bombardeos republicanos protagonizan también importantes reportajes de denuncia, como los que tuvieron lugar en la calle Torrenueva y Don Jaime I. Los jerarcas locales de Falange, comenzando por su responsable provincial, Jesús Muro, protagonizan un buen número de imágenes, tanto asistiendo a actos oficiales, poniendo la primera piedra a una viviendas de la Central Obrera Nacional Sindicalista, asistiendo a la boda de un “camarada”, a algún bautizo, etc. De la misma forma, la sede provincial de Falange, de la Sección Femenina y el Hogar José Antonio, se nos muestran mediante varias fotos de sus diversas oficinas y dependencias. La íntima ligazón entre la iglesia católica y los sublevados en Zaragoza tiene numerosas muestras en esta exposición, en homenajes y celebraciones de cualquier tipo, como una curiosa foto de una misa en el cuartel de Falange establecido en el Frontón Cinema, o una misa que celebra la Inmaculada Concepción como patrona del arma de Infantería en Santa Engracia… Muy de cuando en cuando se cuela alguna que otra imagen que podría considerarse de la vida cotidiana, como una foto de la terraza del Café Gambrinus en la plaza de España, aunque casi todos los clientes que aparecen en ella son militares o paramilitares… Un partido de fútbol celebrado en el campo de Torrero se nos muestra en el momento en que ambos equipos saludan con el brazo en alto… Tal vez una de las imágenes más “normales” sea la que muestra la cabalgata de los Reyes Magos saliendo del Hospicio Provincial… En fin, una más que interesante exposición fotográfica que trasladada a su correspondiente catálogo nos muestra históricas imágenes de la Zaragoza de la segunda mitad de los años 30, durante la terrible Guerra Civil. Altamente recomendable, desde luego, para comprender mejor de dónde venimos, y a dónde no queremos volver ni por equivocación. Un cordial saludo, y no os equivoquéis tampoco al marcar las teclas en el cajero automático, aunque si os pasa, probad luego a denunciar ante el Tribunal Constitucional que se trata de un “error informático” o, ya puestos, de un “auténtico pucherazo bancario”. A ver el caso que os hacen. Nos escuchamos pronto. -José María Ballestín Miguel- https://www.flickr.com/photos/zaragozaantigua/51367473994/in/album-72157674752869356/…
En el programa de hoy, cuarto de esta temporada y primero del presente año 2022, os propongo una aproximación a algunas de las producciones audiovisuales que desde los primeros tiempos del cine han tenido a Zaragoza como telón de fondo o escenario (real o figurado) de la trama. En esta relación incluiremos películas, cortometrajes, documentales, dibujos animados y hasta vídeos musicales, ordenados cronológicamente según su fecha de producción, que nos ofrecen de esta forma una interesante galería de imágenes de la ciudad desde la Edad Media y hasta nuestros días. Comenzamos el viaje... y como no podía ser de otra forma, arrancamos con la “Salida de misa de doce del Pilar de Zaragoza”, de Eduardo Jimeno, considerada la génesis del cine español, si bien con dudas respecto a su datación entre 1896 y 1899, aunque en 1996 y con toda la pompa y boato se celebró en Zaragoza la gala “100 años de cine español”. De 1907 y rodadas por Ignacio Coyne se conservan algunas “Escenas callejeras”, y desde mediados de los años 10 y hasta mediados los años 20 su socio Antonio Tramullas rodó varios reportajes de actualidad, como el primer tractor de la Granja Agrícola, la inauguración del grupo escultórico de la fosa común del cementerio, la visita de unos operadores de la cinematográfica Fox a Zaragoza, escenas de navegación por el Canal Imperial, y terminando con la visita del rey Alfonso XIII en 1925. Además, Tramullas dirigió en 1921 una obra de ficción titulada "El diablo está en Zaragoza", rodada en el Petit Park, y lamentablemente perdida. De 1925 son los rodajes de las castizas películas mudas “Nobleza Baturra”, de Juan Vilá Vilamala y Joaquín Dicenta Badillo, y “Gigantes y Cabezudos”, de Florián Rey. En 1932 se rodó la película documental sensacionalista “¡El Pilar se hunde!”, y de 1933 se conserva un reportaje italiano centrado en la comparsa de Gigantes y Cabezudos en las fiestas del Pilar. De los años de la Guerra Civil y primera posguerra se conservan algunos noticiarios fascistas italianos, con reportajes sobre prisioneros de guerra republicanos en el campo de concentración de la Academia General Militar (1938); la visita de Franco durante las fiestas del Pilar (1939); y la inauguración de la estatua de César Augusto regalada por Mussolini (1940). El Noticiario Cinematográfico Español, NO-DO, merecería por sí solo un monográfico, ya que nos ha dejado una buena colección de reportajes que de forma cristalina muestran diferentes aspectos de la monolítica Zaragoza oficial del franquismo, como las obras de embellecimiento de la plaza del Pilar (1944); la visita de Eva Perón (1947); las obras de ampliación para dar cabida a la Base Aérea norteamericana (1955); la entrega de despachos a una nueva promoción de alféreces en la AGM (1957); el traslado de los restos del general Palafox al Pilar (1958); una visita de Franco (1959); un vuelo sobre el río Ebro (1960); el Vº Congreso Eucarístico Nacional (1961); el I Congreso Diocesano de Hombres Católicos (1966); el certamen de la Maja Internacional y los cuarenta y cinco minutos motonáuticos (1969); Franco en Zaragoza (1970); la inauguración de Mercazaragoza (1972); y la ofrenda de flores de 1973. Regresamos a los años 40 para referirnos a película “Il trovatore” (Carmine Gallone, 1949), basada en la ópera homónima de Giuseppe Verdi, en la que el palacio de La Aljafería y su torre llamada del Trovador son parte central de la trama. Por cierto que los Hermanos Marx ya incluyeron en 1935 esta obra en su genial “Una noche en la ópera”. Llegamos a los años cincuenta, cuando en dos producciones españolas de 1950 aparece Zaragoza como escenario visual: ocasionalmente, en “Brigada criminal” (Ignacio F. Iquino), y de lleno en la mítica “Agustina de Aragón” (Juan de Orduña) y su recreación de la Zaragoza de principios del siglo XIX. Un documental norteamericano de 1951 titulado “This is Cinerama” (esto es Cinerama) (Merian C. Cooper) incluye un cuadro de jotas en la plaza del Pilar, y el cortometraje “Por el camino de la jota” (Francisco Centol, 1957) incluye imágenes de la zona monumental de Zaragoza, mientras que el singular cortometraje titulado “El rey” (José Luis Pomarón, 1959), ofrece tomas de algunas zonas bastantes menos turísticas y monumentales de la ciudad. Ya en los años sesenta, la película “Alma aragonesa” (José María Ochoa, 1961), incluye escenas rodadas en el entorno de la finca del Castillo Palomar; y la curiosa “Horizontes de luz” (León Klimovsky, 1961) ofrece un típico recorrido turístico por la ciudad inserto en la trama. También de 1961 es el documental turístico “Zaragoza ciudad inmortal” (José Antonio Duce). La película "Accidente 703" (José María Forqué, 1962) muestra imágenes de la moderna avenida de la Independencia y de la calle de San Vicente de Paúl. De 1965 es la hipnótica película polaca que traslada al celuloide la obra de Jan Potocki “El manuscrito encontrado en Zaragoza”, dirigida por Woyciech J. Has, con escenas que recrean la Zaragoza de 1705, durante la Guerra de Sucesión Española. El cortometraje “La persecución” (Alberto Sánchez Millán, 1965) incluye insólitas imágenes de lugares ya desaparecidos del Casco Histórico de Zaragoza. De la referencial “Culpable para un delito” (José Antonio Duce, 1966), rodada casi íntegramente en Zaragoza, ya nos ocupamos de forma monográfica en un programa del año pasado. De 1970 es el cortometraje “El payaso” (Manuel del Real), que utiliza Zaragoza como fondo escénico en escenas rodadas en pleno centro urbano; y la película “Perros callejeros II: Busca y captura” (José Antonio de la Loma, 1979) introduce a Zaragoza en el castizo “cine quinqui” de la época. De los años ochenta podemos destacar las siguientes producciones que tienen a Zaragoza como escenario: el cortometraje “La Pabostría” (Chiribito Films, 1981), centrado en esta singular calle zaragozana; la serie de televisión “Ramón y Cajal” (José María Forqué, 1982); la película “1919. Crónica del alba. 2ª parte” (Antonio José Betancor, 1983); el documental “Aragón: dos ríos” (Alfredo Castellón, 1983); el audiovisual “El último hombre. Miguel Labordeta” (Emilio Alfaro, 1985), donde el Casco Viejo hace de telón de fondo para la narración de varios textos de este poeta; la serie documental “A vista de pájaro”, que dedicó en 1986 el programa a Zaragoza; y el documental y dramatización "Biografía interior" (Antonio Artero,1988) también centrada en la peripecia vital y creadora del poeta Miguel Labordeta. De los años noventa son algunos videos musicales con Zaragoza de telón de fondo, como “La mujer portuguesa” (El niño gusano, 1995) y “Donde muere la carretera” (Ángel Petisme, 1998). De 1997 es la película “Carreteras secundarias” (Emilio Martínez Lázaro), con un buen puñado de localizaciones zaragozanas. En estos años noventa hay además una auténtica explosión de cortometrajes rodados en Zaragoza, de tal forma que en alguno de ellos incluso aparezco yo. Llegados a los años 2000, nos encontramos con que curiosamente el asedio de Saraqusta realizado por el ejército franco de Carlomagno en el año 778 aparece ni más ni menos que hasta en tres producciones audiovisuales, todas “extranjeras”: la serie italiana de dibujos animados “Carlo Magno” (Il Nam Kim, 2004); la película documental “778. La chanson de Roland” (la canción de Roland) (Olivier van der Zee, 2010); y la miniserie documental alemana “Karl der Grosse” (Carlomagno) (Gabrielle Wengler, 2013). Con estos antecedentes y ya en 2020, en la serie española “El Cid” aparece recreada digitalmente la Saraqusta de la Taifa gobernada por Al-Muqtádir Billah cuando un 'Ruy' Díaz de Vivar al servicio del rey Sancho II de Castilla entra en La Aljafería. Y terminamos nuestro recorrido de hoy en la Zaragoza de los primeros años noventa del pasado siglo recreada como telón de fondo en la multipremiada película “Las niñas” (Pilar Palomero, 2020). Muchas de estas referencias audiovisuales a las que aquí me he referido son accesibles mediante el internet universal y gratuito. Os animo a acercaros a ellas, mientras se pueda, para viajar a la Zaragoza que en ellas aparece. Merece la pena. Un cordial saludo, no comáis carne de macrogranjas, que no es bueno para vuestra salud (incluida la mental) y hasta una próxima ocasión. José María Ballestín Miguel…
En el programa de hoy, tercero de esta temporada, me voy a introducir en los años “pardos” de Zaragoza, esa etapa que desde 1933, con el ascenso al poder de Adolf Hitler en Alemania, la ciudad conoció una creciente actividad del nacionalsocialismo, de forma muy especial tras el 18 de julio de 1936 y hasta la completa derrota militar de Alemania en 1945 que afortunadamente extirpó al nazismo, al menos durante unas décadas. Hace unos años cayó en mis manos una publicación editada en 2006 con motivo del aniversario 50 del Colegio Alemán de Zaragoza. En él se explica que este centro fue inaugurado para dar escolarización a los niños alemanes establecidos en la ciudad cuando aquí llegó en 1917 un contingente de los alemanes del Camerún derrotados en la Gran Guerra. Esto fue así, dice el libro, hasta que “la Segunda Guerra Mundial lo condujo a su cierre”. Por ello, la apertura de un nuevo colegio alemán en 1956 explicaría la fecha de ese aniversario 50 en 2006. Pero, ¿qué sucedió para que la Segunda Guerra Mundial ocasionara su cierre? Este blanco en la memoria reciente del Colegio Alemán de Zaragoza tiene que ver, evidentemente, con que este centro y la colonia alemana residente en la ciudad fueron entre 1933 y 1945 un puntal nazi que resulta muy incómodo de gestionar en la construcción de la memoria reciente de Zaragoza, por lo que este episodio, esta etapa, generalmente suele obviarse, como es el caso. De esta forma, estos años “pardos”, así llamados por el color de la camisa identificativa del régimen nazi, suelen quedarse en blanco, que no es lo mismo que blanqueados. Vamos a tratar, por ello, de apuntar algunas pinceladas sobre este óleo albino. El colegio alemán surgió con un cometido esencialmente educativo y también social, ya que era un importante escaparate de la Alemania de la época en Zaragoza: al igual que los festejos y actividades impulsadas por la colonia alemana, las fiestas y celebraciones del colegio se publicitaban en los medios como auténticos actos sociales, destacando por ejemplo la decembrina Fiesta del Árbol de Navidad (“Tannem Baum Fest”), bien en el Hotel Universo, bien en el Gran Hotel, o las fiestas de final de curso con excursión a la Quinta Julieta. A partir de 1933, cuando Hitler se convirtió en canciller alemán, el nacionalsocialismo se fue filtrando en todas y cada una de las actividades promovidas por el colegio, en parte por ser dependiente de fondos públicos provenientes de Alemania, en parte por la “natural” adopción de esa ideología como la mayoritaria de la colonia alemana… A modo de ejemplo, el director del colegio era, a la vez, el jefe local del partido nazi.... De esta forma, a las tradicionales celebraciones del curso académico, se fueron sumando otras nuevas de carácter abiertamente ideológico, como el aniversario de la toma del poder por el partido nazi (30 de enero); la celebración de la victoria en el plebiscito del Sarre que en enero de1935 devolvió este enclave a Alemania; la fiesta por el cumpleaños de Hitler (20 de abril); la Fiesta del Trabajo, denominación nazi del 1º de mayo… La primacía de símbolos nazis que aparecen en las fotos de algunas de estas celebraciones son más que evidentes a este respecto, y la implicación del colegio, incluyendo a los niños y niñas, algunos de ellos significados como representantes de las juventudes hitlerianas locales, era o bien directa, o bien como escenario de actividades de un carácter más “adulto”. Tras el 18 de julio de 1936 la simbiosis de la colonia y el colegio alemán de Zaragoza en el esfuerzo de guerra de quienes se sublevaron contra la democracia republicana, fue total. De esta forma, era habitual su participación e implicación en los actos públicos organizados de reafirmación, homenaje o exaltación del nuevo régimen impuesto en la ciudad por la fuerza de las armas. En estos actos a la presencia alemana se sumó la italiana e incluso la portuguesa, por ser los países que más abiertamente apoyaban a la España nacionalista. Esta comunión se hizo aún más íntima tras la invasión alemana de Polonia que en septiembre de 1939 detonó el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, y sobre todo tras la invasión de la URSS en 1941, revestida propagandísticamente de “cruzada contra el bolchevismo”, convertida por el régimen en natural prolongación de la “Cruzada” comenzada en España en 1936. Cuando los descomunales desastres militares nazis en el frente ruso revertieron la situación bélica en 1943-44, el fanatismo del director del colegio alemán de Zaragoza le llevó a idear la delirante operación “Tod oder Spanien” (“Muerte o España”), basada en traer a la ciudad a huérfanos alemanes del menguante III Reich para educarlos en el nacionalsocialismo y posibilitar así un nuevo IV Reich… parece ser que tenían incluso preparado un hotelito del paseo de Ruiseñores para albergar a ese colegio, aunque al final todo quedó afortunadamente en agua de borrajas… Lo que sí hicieron y muy bien, tras la derrota alemana en mayo de 1945, fue acoger a algunos nazis a la carrera huidos de centroeuropa, a los que recolocaron en empresas de Zaragoza donde tenían influencia, como la Tudor y el Tinte de los Alemanes. No sorprende, por todo esto, que el Colegio Alemán que nuevamente abrió sus puertas en Zaragoza en 1956 huya como gato escaldado de una etapa histórica tan catastrófica como la que protagonizaron los nazis en Alemania, y que replicó su sucursal en Zaragoza entre 1933 y 1945, tras la cual el colegio desapareció por más de una década... Aunque algo podría decirse al respecto, siquiera para que quien no vivió aquello pueda comprender lo sucedido. Terminamos. Por supuesto que nada de lo aquí referido pretende cuestionar al actual Colegio Alemán de Zaragoza por aproximarnos a esta tenebrosa segunda parte de su historia. Nada más lejos de mis intenciones. Soy de la opinión de que iluminar el conocimiento del pasado, por más tremendo que este sea, siempre nos puede ayudar a comprender mejor de dónde venimos y, entre otras cosas, adónde no queremos volver de ninguna de las maneras. A esto algunos lo descalifican como “remover el pasado” como si éste fuera una gran cubeta de mierda que es mejor no tocar. De ser así, que no lo comparto, lo sano es tratar de entender de dónde ha salido toda esa porquería, qué la ha producido, para que la cosa no se repita en el futuro. Un cordial saludo, y hasta la próxima ocasión. José María Ballestín Miguel…
En el programa de hoy, segundo de esta temporada, y en estas fechas todavía cercanas al día de los muertos, me voy a referir al caso del niño Domingo de Val, más conocido como Santo Dominguito de Val, personaje cuya aberrante leyenda puede hacer sonrojar a quien se acerque al trasfondo de esta oscura e inquietante parte de nuestra historia cuya versión más difundida es bastante más reciente de lo que pueda parecer. Este santo, con tradicional presencia en el nomenclátor callejero, fue mitificado por la religión cristiana más retro, vivió un renacimiento durante el nacionalcatolicismo al comienzo de los años 50 del pasado siglo, y aún hoy tienen seguidores entre los grupos católicos más ultras. La historia de este personaje está absolutamente corrompida por la leyenda construida alrededor de él, de forma que resulta difícil discernir entre lo real y lo inventado. Lo que sí parece claro es que la leyenda que ha llegado a nuestros días está preñada del feroz antisemitismo que recorrió Europa en las últimas décadas del siglo XIX, y que todavía algunos reproducen si el más mínimo rubor. Este relato, de esta forma, se centra en las desventuras de un niño zaragozano de diez años llamado Dominguito que, siendo infantico de la catedral de la Seo, un aciago día del año de 1250 regresaba a su casa pasando por la calle del Talmud de la judería cuando fue raptado por unos malvados judíos que, encabezados por el rabino Mossé Albayucet, lo apresaron para que renegara de la “verdadera fe”. Ante su firme determinación de no hacerlo, lo clavaron en una pequeña cruz a cuyos pies instalaron una copa para recoger su sangre y beberla luego durante la llamada “Pascua de Sangre”. De esta forma, según una retorcida creencia este habría sido un ejemplo de los secuestros rituales de niños cristianos realizados por judíos para luego asesinarlos y beber su sangre y celebrar de esta enfermiza forma “la liberación del pueblo judío de la esclavitud a la que fue sometido durante su estancia en el antiguo Egipto”. Finalmente, y tras amputarle la cabeza y miembros, estos malvados judíos lo metieron en un saco y lo echaron al río Huerva con alevosía y nocturnidad un poco antes de su desembocadura en el Ebro, donde al día siguiente una “aureola resplandeciente” llamó la atención de los guardas del cercano puente de Tablas, que recuperaron el cadáver. Tuvieron que pasar casi cuatrocientos años para que esta atrocidad se convirtiera en la “tradicional devoción” del niño-mártir practicada en todo el mundo católico. Así, en 1671 se edificó una capilla en la Seo donde se depositaron sus huesos, y años antes ya la antigua calle del Talmud donde tuvo lugar su martirio recibió el nombre de Santo Dominguito de Val para recordar de forma perenne esta barbaridad. El 31 de agosto se convirtió en la festividad en que se conmemoraba esta rocambolesca y truculenta historieta que acabamos de reproducir, bien poco amable, que no era sino la zaragozana y decimonónica adaptación de una leyenda inglesa inventada cien años antes y orientada a la incitación fanática al odio racial y religioso de los no cristianos, en este caso, los judíos. La desaparecida gran casa de los Sora o Salabert, que supuestamente fuera domicilio de Dominguito, contó en su fachada, hasta su derribo en los años 30, con una destacable hornacina que representaba la imagen de este niño-mártir. En1949 el Rosario de Cristal de Zaragoza incorporó un nuevo farol dedicado a Santo Dominguito de Val donde entre otras imágenes se reproduce la escena idealizada del niño crucificado, a cuyos pies aparecen los instrumentos de su martirio (cruz de espinas, clavos, martillo…), tal como dicen que padeciera nuestro señor Jesucristo. Un par de años después y a iniciativa del Ayuntamiento de la época, se erigió un monumento a Santo Dominguito en la glorieta de San Lázaro, donde estuvo hasta que gracias a una remodelación de la zona fue discretamente retirado al lugar donde en esta ciudad se guardan las cosas que ya nadie ha vuelto a ver nunca más. A mediados de los años 60 y en el marco del renovador Concilio Vaticano II, la iglesia católica suprimió el culto oficial a este santo niño-mártir, aunque su rama más ultra mantiene hoy con fervor esta poco edificante devoción. Terminamos. Espero que la próxima vez que inopinadamente usted pase por la calle de Santo Dominguito de Val le vengan al recuerdo estas líneas, estas palabras, que nos conectan con una tenebrosa parte del pasado de Zaragoza más pesadillesco. Un cordial saludo, y hasta la próxima ocasión.…
Es posible que usted que ahora nos escucha haya paseado, ocasional o habitualmente, por esa gran superficie comercial que se localiza al sureste de la ciudad, limitando con la Z-40, y haya llegado a una plaza donde se encuentra una placa que recuerda que en el año de 1710 por esos andurriales tuvo lugar la denominada “batalla de Zaragoza”. Si no tuvo tiempo de leer la leyenda de esta placa, no se preocupe, que ahora me voy a referir a ella. El 20 de agosto de 1710 y en el contexto de la Guerra de Sucesión española dos ejércitos se enfrentaron en los montes de Torrero para disputarse el control de Zaragoza: las tropas del rey Felipe V y las del archiduque Carlos de Austria. ¿Qué había pasado para llegar a esto? Nueve años antes, en mayo de 1701, el duque de Anjou había sido coronado rey de España como Felipe V en cumplimiento del testamento del fallecido rey Carlos II, y en septiembre vino a Zaragoza a jurar en la Seo los fueros y privilegios del reino, partiendo luego hacia Cataluña para cumplir el mismo ceremonial. En paralelo a esta normalidad institucional supuso el relevo de la Casa de Austria por la de los Borbones, se había formado una alianza entre Austria, Inglaterra y Holanda que declaró la guerra a las aliadas Francia y España. Múltiples intereses políticos y estratégicos motivaron que esta alianza promoviera al archiduque Carlos de Austria al trono español, aunque llamativamente esta Guerra de Sucesión española comenzó a disputarse… en las plazas españolas de Flandes e Italia, y en 1702 el archiduque Carlos fue coronado rey de España… en Viena. Este Carlos “III” desembarcó en Barcelona en 1705, donde estableció su corte. Este hecho, y sobre todo, la presencia del ejército anglo-austríaco-holandés que le acompañaba, desencadenó la guerra abierta en la península y con ella la toma de partido de las elites locales a favor de uno u otro bando, originando lo que Melchor Macanaz calificó de guerra supercivil. Como respuesta a la venida en carne mortal del pretendiente austríaco, en 1706 Felipe V y su ejército fueron a Barcelona para enfrentarlo. El fracaso en esta empresa hizo tambalearse la fidelidad borbónica de Zaragoza, sobre todo cuando el ejército archiducal se aproximó a ella. En junio la ciudad mudó su lealtad hacia el austria. En abril de 1707 y tras la derrota en la batalla de Almansa la causa archiducal se desplomó: tras la retirada de su ejército las ganancias territoriales se desvanecieron como lágrimas en la lluvia, y Zaragoza fue nuevamente borbónica. Como tras cada mudanza de fidelidad, sucedieron episodios de represión sobre las cabezas visibles de uno u otro bando, aunque en esta ocasión aconteció una novedad en forma de real decreto que implantó la Nueva Planta, aboliendo los fueros, privilegios y la tradicional planta política y administrativa del reino, en un proceso ralentizado por la guerra. En 1710 desembarcó en Barcelona un nuevo ejército archiducal, que tras derrotar en julio al ejército borbónico cerca de Lérida cruzó el río Ebro por Osera y se ubicó a dos tiros de cañón de Zaragoza. Entre este ejército y la ciudad se situaron las tropas borbónicas para dar la batalla, que comenzó la mañana del 20 de agosto en una amplia zona del sur de Zaragoza que al este se extendía desde el camino del Puente del Virrey hasta las inmediaciones del río Ebro, y que al oeste llegaba hasta los Pinares de Venecia y el trazado más sureño de la actual autovía Z-40. Ambos ejércitos sumaban unos 45.000 soldados, y entre ambos el Barranco de la Muerte delimitó el campo de batalla, por lo que ésta también suele denominarse de esa forma. El combate fue rápido y desastroso para Felipe V, que a duras penas escapó por el camino de Alagón hacia Madrid, mientras el archiduque entró por segunda vez en Zaragoza. Tras la batalla, unos 6.000 muertos escenificaron el carácter internacional del conflicto: alemanes, austríacos, españoles, franceses, holandeses, ingleses, irlandeses, italianos, valones… En enero de 1711 un nuevo ejército borbónico desbarató a los archiducales en Brihuega y Villaviciosa y Zaragoza mudó otra vez fidelidad a Felipe V. La Nueva Planta, reformada, fue ahora aplicada como castigo por la infidelidad de la cabeza del reino, de la misma forma que Navarra y Vizcaya conservaron sus fueros y privilegios por respaldar al borbón. Mientras tanto, y ante la muerte sin descendencia del emperador de Austria, este Carlos “III”, que era su hermano, se convirtió en Carlos VI del Sacro Imperio Romano Germánico. Sus aliados ingleses y holandeses que luchaban contra la hegemonía franco-española, no vieron con buenos ojos una posible nueva hegemonía austro-española, ya que Carlos se negó a renunciar al trono de España. Por ello, abandonaron su causa y comenzaron a pactar una paz por separado. Con ello, y a efectos prácticos, la guerra estaba sentenciada a favor de Felipe V. Aparte de la cartografía de Zaragoza realizada por ingenieros militares, y los dibujos y grabados que que ilustran la batalla de Zaragoza (todos realizados por cierto al norte de los Pirineos), poca huella memorialista de esta guerra puede rastrearse en la ciudad. Apenas la arboleda de Macanaz, que recuerda el nombre del intendente de Zaragoza entre 1711-13 que promovió la plantación de esta pionera zona verde urbana, y una placa que desde 2010 recuerda esta batalla en la referida plaza de la gran superficie comercial construida donde el ejército archiducal situó su flanco izquierdo. Mientras que la batalla de Almansa de 1707, de esta misma guerra, figura en el nomenclátor local desde 1964, la de Zaragoza de 1710 no ha encontrado valedor para hacerse un hueco en él, tal vez por aquello de que quienes la ganaron… perdieron luego la guerra, y a la inversa. Terminamos. Espero que tras estas referencias, cuando ustedes vuelvan a pasar por esta zona comercial de los montes de Torrero, tengan un minuto para pensar que están caminando por un importante escenario de la historia de Zaragoza, ni más, ni menos. Un cordial saludo, y hasta la próxima.…
José María Ballestín y Antonio Tausiet presentaron el pasado día 14 'Los Inquietos Años 20', novena entrega de su 'Memoria Visual de Zaragoza', editada por El Periódico de Aragón. Con ella continua y casi completa este interesante y atractivo recorrido visual a nuestra ciudad a lo largo de todo el siglo pasado. El libro saldrá la venta el próximo viernes, día 17 de septiembre. Nuestra felicitación y deseo de que continúen teniendo el éxito que su magnifico trabajo merece.…
Con esta de hoy cerramos la participación de “Zaragoza te habla” en la presente temporada radiofónica de “Siéntelo con Oído”, y para ello os propongo un último ejercicio de recuerdo sobre la antigua ciudad de Zaragoza poniendo el foco en un asunto del que seguro que más de uno y una conserva algún recuerdo: las desaparecidas vaquerías urbanas o de barrio. La primera “vaquería modelo” contemporánea de la ciudad fue establecida a mediados del s.XIX en la calle del Cinco de Marzo, cuando esta era una calle recién abierta, en principio como prolongación de la calle de San Miguel. A ella le siguieron otras muchas, de forma que en las primeras décadas del pasado s.XX el sector lácteo en Zaragoza estaba configurado por una densa red de vaquerías urbanas y semiurbanas, la mayor parte de ellas de tamaño pequeño, aunque también alguna más grande e industrial, como la Vaquería El Pilar sita en el camino del Puente del Gállego. El camino de las Torres destacaba por el número de estas instalaciones: la Vaquería Modelo o Moderna, vaquería de Martín Bel, de Luis Gavasa, de Juan Ramos Gracia, de Andrés Lausín Marín… Todas ellas, pequeñas o grandes, estaban supervisadas por un jefe inspector de vaquerías, y dos cooperativas distribuían parte de la producción: La Social Lechera, S.C., con 16 despachos o sucursales, y la cooperativa de la Casa de Ganaderos, con dos. En el antiguo barrio de Monforte, en el nº 15 de la calle de Vicente Monforte, tenemos testimonio gráfico de la vaquería de Carmelo Baile, que además nos da pie para describir mínimamente este tipo de establecimientos: una estancia de vacas, un almacén de pasto y forraje, la vivienda del vaquero y ocasionalmente un local para despacho de leche y sus derivados. La leche se expendía fresca, recién ordeñada, sin esterilizar, era leche natural, cruda, de producción adaptada al consumo local y de cercanía, orientada a la parroquia de las calles del entorno. Como decíamos al principio, seguro que hay personas que recuerdan alguna vaquería de su barrio. Mi recuerdo personal está asociado a una que se situaba en la calle del Privilegio de la Unión por donde volvía a casa tras salir de una “academia de repaso”. La impronta de sus olores, sonidos y cuando la puerta estaba abierta, el espectáculo de ver las vacas y la gente trajinando con sus lecheras metálicas, perdura desde entonces en mi memoria con claridad meridiana. Bastante antes de estos recuerdos, en Zaragoza tuvo lugar un hecho importante, como fue la creación en 1956 de Cluzasa-Centrales Lecheras Unidas de Zaragoza S.A., mediante la unión de la Cooperativa de Ganaderos, la Granja Victoria y la Granja El Pilar, debido a la entrada en vigor de una ley que regulaba la higienización y venta de leche pasteurizada y esterilizada en los municipios de más de 100.000 habitantes. Establecida en la calle del Molino de las Armas de la barriada de la Jota, llegó a ser la tercera empresa del sector lácteo de España, en una época en la que ese producto era repartido a domicilio desde las distintas factorías de origen. Cluzasa cesó su actividad en 1986, y sus instalaciones en el barrio de la Jota fueron luego derribadas para dar paso al Segundo Cinturón de ronda. Durante esos treinta años, la evolución del sector fue muy destacada, como ilustra el sucesivo cambio de los recipientes del blanco producto: de la tradicional botella de cristal reciclable, pasando por la frágil bolsa de plástico, hasta llegar a la práctica botella de plástico y finalmente el funcional tetra brick a principios de los años 80. En paralelo, fueron desapareciendo las vaquerías de barrio y también los antiguos “despachos de pan y leche”, para convertirse en un producto más, normalizado y apilado en los supermercados y grandes superficies comerciales junto a otras decenas de mercaderías. Tal vez por eso la memoria de las antiguas vaquerías, lecherías y despachos de leche de barrio, con sus olores, sus sonidos y sus ceremoniales tienen tanto agarre en los recuerdos de quienes vivimos esa realidad hoy desaparecida.…
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ZARAGOZA TE HABLA
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Queremos hacer reseña especial de la presentación del nuevo libro, de la serie “Memoria Visual de Zaragoza. Industria y Comercio en el Siglo XX”. Sus autores, José María Ballestín y Antonio Tausiet, amigos y colaboradores de este programa, junto con El Periódico de Aragón, su editor, lo han presentado en la Cámara de Comercio de Zaragoza. Se trata de una aproximación a la historia de la industria y el comercio en Zaragoza a lo largo del siglo XX, ilustrada con numerosas imágenes de instalaciones fabriles y establecimientos comerciales, acompañadas de comentarios redactados para la ocasión. Desde las pioneras harineras que impulsaron el progreso industrial en el pasado siglo, hasta las grandes superficies de consumo masivo que fueron surgiendo en su última década. Es el octavo volumen de la colección, tras Los grises años 50, Los prodigiosos años 60, Los convulsos años 70, Los flamantes años 80, Los sombríos años 40, Los cruciales años 30 y Los pródigos años 90. Felicitamos a sus autores por este gran trabajo, que no os debéis perder, al que deseamos mucho éxito de ventas.…
“Culpable para un delito” (1966) fue la tercera película impulsada por la productora local Moncayo Films, que con aires de filme noir (género policíaco o criminal francés) contó con guión de Emilio Alfaro y José Antonio Duce, la dirección de este último y con música del recientemente fallecido Antón García Abril. Como informan los créditos iniciales de la película, los exteriores fueron rodados en Zaragoza entre los meses de enero y febrero de 1966, salvo unas escenas a la orilla del mar tomadas cerca de Barcelona, de forma que en este filme se nos ofrece un interesante catálogo de localizaciones urbanas de la Zaragoza de mediados de los años 60 que me dan pie para centrar el programa de hoy. Ojo, que como dicen los enterados ahora, a continuación hay spoilers para quien no haya visto esta película: 1. La estación de ferrocarril de Campo Sepulcro o de Madrid aparece al principio de la película como escenario donde el protagonista (un desustanciado Hans Meyer, actor sudafricano famoso por protagonizar el comercial de un por ello recordado coñac) llega a una ciudad para visitar a un amigo. Al fondo y mientras pasean, se ve la reconocible fachada de la antigua fábrica de chocolates Orús. 2. Ambos se dirigen luego a una boca de metro, que resulta ser una de las escaleras del paso a desnivel de Las Delicias, donde tiene lugar el asesinato del amigo que desencadena la trama de la película, ya que todas las culpas parecen recaer sobre el protagonista que evidentemente no fue el asesino. 3. Como todas las evidencias parecen indicar, el protagonista es detenido y conducido para ser interrogado a una comisaría que resulta ser el edificio de la Confederación Hidrográfica del Ebro, del que vemos la zona exterior a un acceso entre la calle de Gil de Jasa y el paseo del General Mola. 4. En una furgoneta, es trasladado luego a los juzgados que aparecen localizados en la antigua Universidad Literaria, en el Coso Bajo y plaza de la Magdalena. 5. Los pasillos de estos supuestos juzgados fueron rodados en una localización diferente: el nuevo ayuntamiento inaugurado unos años antes en la plaza del Pilar. 6. De forma sorprendente, el protagonista escapa por una ventana y lo vemos deambular por la ascendente calle de la Trinidad, en cuya esquina con la de la Universidad se sube furtivamente a una camioneta para escapar de los policías que le persiguen. 7. Esta camioneta recorre algunas calles y desemboca de repente en la avenida de Navarra en dirección a la carretera de Logroño, donde se nos ofrece una vista panorámica de los modernos bloques de viviendas allí construidos durante el Desarrollismo. 8. El protagonista se reencuentra luego clandestinamente con su antigua novia en el interior de una moderna iglesia que identificamos como la reciente del Carmen, construida en 1962 en el paseo de María Agustín. 9. Mientras tanto, la policía sigue con su búsqueda, y se nos ofrecen unas escenas donde dos inspectores charlan en una cafetería localizada en el Pasaje Palafox, donde al fondo se ven las puertas de salida de los modernos cines Palafox y Rex. 10. En varias escenas nocturnas, el supuesto culpable camina por un puente, que resulta ser el de Hierro, donde se ve acorralado por la policía y se tira al río (Ebro) para escapar. En realidad, y ante el accidente del especialista que debía protagonizar el salto, lo que se ve caer al agua es un muñeco que nadie se encargó de recuperar, de forma que la corriente se lo llevó aguas abajo hasta que días después fue descubierto por un campesino que dio aviso a la Guardia civil pensando que se trataba de un cadáver, provocando un pequeño lío hasta que se aclaró la situación. 11. En la película, el protagonista sale luego del río por una zona escalonada que se corresponde con el Club Náutico abierto apenas un par de años antes, y aparece en otro puente, el del ferrocarril en la Almozara, donde casi es atropellado por un misterioso coche... 12. Nos trasladamos luego al supuesto Barrio Chino de la ciudad ubicado junto al puerto de mar de la ciudad donde transcurre la trama, una zona llena de tugurios nocturnos, en uno de los cuales el protagonista se zampa unos bocadillos de calamares para recuperar fuerzas. Entre figurantes de baja estofa y tropa marinera con aires norteamericanos, conoce a una chica que le acompaña luego por las traseras del moderno Mercado de Pescados en la avenida de Navarra. 13. Por medio de este paseo, nos trasladamos a una zona de mujeres prostituidas localizada entre unas callejuelas reconocibles en el entorno de la plaza del Ecce Homo y las calles del Paraíso y Felipe Perena, que ciertamente han sido unos de los espacios urbanos donde los prostituidores han ejercido su profesión en Zaragoza. 14. Aquí, se deciden a entrar a un garito que resulta ser el interior del Cabaret Oasis, donde aparece actuando un grupo tailandés, algunas de cuyas escenas fueron censuradas en la versión estrenada entonces por su alto contenido en carne humana. 15. A continuación, nuestra pareja paseante se dirige a una pensión que aparece regentada por un desabrido personaje interpretado por Manuel Rotellar, que aquí hace un pequeño cameo. 16. Tras ser atracado y golpeado en esa pensión, el protagonista amanece en la orilla del mar magullado y sin una peseta, en unas escenas localizadas también en las pedregosas riberas bien del Ebro o del Gállego. 17. Avanza la trama, y nos encontramos en la que es definida como “la catedral de la ciudad” donde tiene lugar el sepelio del amigo asesinado. Se trata de la iglesia de San Antonio Abad en el paseo de Cuéllar, de la que se nos ofrecen imágenes de los laterales jardines junto a su ingreso desde el paseo. El protagonista ve al misterioso coche que le había intentado atropellar antes, y cuando le ve huir a toda velocidad por el parque de Pignatelli, toma un taxi en la esquina con la calle del Maestro Estremiana, y le sigue 18. Finalmente, la película llega a su desenlace cuando esta persecución les lleva a una zona de modernísimas viviendas unifamiliares que resulta ser el “poblado americano” conformado por las viviendas para oficiales y tropa norteamericanos de la Base Aérea que fueron construidas en la carretera de Logroño, donde la actual urbanización Torres de San Lamberto. El estreno de esta película tuvo lugar en el desaparecido cine Coliseo Equitativa el 10 de abril de 1967, y como estrategia publicitaria para fomentar su visionado se convocó un concurso local donde se trataba, precisamente, de localizar el mayor número de escenarios urbanos de Zaragoza que aparecen reflejados en ella. Dotado con un importante premio (10.000 pesetazas de la época), parece ser que no hubo aciertos al pleno. -José María Ballestín Miguel-…
Cuando parece confirmarse la reconversión del antiguo Cinema Elíseos en un punto de distribución de comida rápida, vamos a dedicar el programa de hoy a recordar someramente la fortuna de decenas de espacios que hasta hace no demasiado estaban dedicados a la exhibición cinematográfica en el mismo centro de la ciudad, antes de que se impusiera su cierre, mientras nuevas salas se abrían al público a varios kilómetros de distancia, integradas en grandes superficies donde el consumo es el rey. Suele considerarse que la primera gran crisis del sector de la distribución y exhibición de cine tuvo lugar a finales de los años 70 del pasado siglo, en parte por la intrusión del vídeo doméstico y en parte por la gran crisis económica, lo que desembocó en una brutal reconversión del sector. De esta forma, en 1979 ya cerraron los cines Avenida, Actualidades, Latino y Dux. El caso del cine Latino, sito en la calle de los Estébanes, fue pionero al iniciar la senda de la transformación de algunas salas de cine en el próspero negocio que hacía furor en la época: el fomento de la ludopatía mediante la proliferación de los bingos. La década de los 80 se inició con el cierre de los cines Dorado, Gran Vía y Oliver, siendo éste último otro indicio de lo que estaba por venir: el cierre de todos los denominados “cines de barrio” que, aunque de categoría inferior a los del centro, y con proyecciones de reestreno, al menos llevaba este espectáculo a buena parte de la periferia de la ciudad. En 1981 y de esta forma, fue cerrado el cine Norte; en 1982 el cine Coso, y en 1983 el cine Torrero. El icónico año 1984 fue coincidente con la clausura de los cines Venecia, Rialto, Pax, París y Madrid. En 1985 le tocó el turno a los cines Roxy y Victoria; en 1986 al Teatro Argensola, que desde 1945 era fundamentalmente cine; en 1987 al Arlequín, y en 1989 al Palacio. Esta catastrófica tendencia se ralentizó, por pura supervivencia del sector, en los años 90, cuando también vieron echar el cierre el Salamanca en 1990, y el Coliseo Equitativa y el desgraciado Teatro Fleta en 1999. Mientras tanto, este zarandeado sector apenas vio abrir nuevos cines, que desde entonces lo fueron agrupados en la modalidad de multisalas o multicines, como los pioneros Buñuel en 1978 y los Aragón en 1980. Esta tendencia perduró en los años 90, si bien inscrita como un atractivo más dentro de las grandes superficies comerciales que desde entonces caracterizan el modelo de ocio y consumo en Zaragoza: los cines del Centro Comercial Augusta en 1996, los Multicines Renoir y los Cines Warner Lusomundo en 1997, los Yelmo Cines Plaza Imperial en 2008, los Cines Aragonia en 2009, y los cines de Puerto Venecia en 2012. Pero esta proliferación de multisalas no ha sido un sumatorio, ya que mientras tanto se seguían cerrando cines “tradicionales”, como el Don Quijote en 2002; el Goya, el Mola y los Multicines Aragón en 2005; y algunas de las recientes multisalas, como los Buñuel en 2007, y los Renoir en 2012. En 2014, fue cerrado el cinema Elíseos, abierto en 1944 en los bajos del gran edificio del mismo nombre que mantuvo el recuerdo de un singular espacio de ocio que desde 1875 albergó un jardín de recreo, un teatro e incluso una pequeña plaza de toros, y luego un velódromo. Ahora, tras la licencia condedida por el ayuntamiento, aquí se podrá degustar comida rápida con denominación de origen norteamericano y burbujeantes refrescos no menos saludables. Eso sí, en la fachada se mantendrá el tradicional cartel que anunciaba “Cinema Elíseos”. -José María Ballestín Miguel-…
El próximo día 12 se cumple un aniversario que posiblemente carecerá de repercusión en el actual estado ruidoso de las cosas: la inauguración en mayo de 1998 del Palacio de la Aljafería tras casi medio siglo de arduas labores restauradoras. Con este motivo, el programa de hoy voy a dedicarlo a este excepcional bien inmueble de Zaragoza que acumula casi 950 años de historia: la Aljafería. En una despejada zona al poniente de la ciudad, donde desde mediados del s. X se alzaba una poderosa atalaya en piedra rodeada de una pequeña fortaleza defensiva, a finales del s.XI se construyó el Qasr al-Surur o Palacio de la Alegría en tiempos de la poderosa taifa zaragozana de los Banu Hud donde la Medina Albaida Saraqustah era su capital. Este palacio fue construido al aire de los palacios omeyas de las llanuras de Siria y Mesopotamia, de planta cuadrangular, en feraz zona de huerta regada por la acequia de la Almozara, y tomó su nombre (al-Yafariyya) de su impulsor, el rey Abú Yaáfar Áhmad ibn Sulaymán ibn Hud al-Muqtádir bi-L·lah, que emplazó en este palacio una corte literaria y científica sin parangón en el occidente de la época. En 1110 Saraqustah fue conquistada por los almorávides, y ocho años después por los cristianos montaraces, que convirtieron a este palacio de la alegría en una parroquia. Sólo a finales del s.XIII, en tiempos del rey Jaime II, recuperó su función palatina y fue objeto de importantes reformas y construcciones que desfiguraron la traza original del palacio, que se convirtió así en un palacio mudéjar de la realeza aragonesa del que destacaban la Torre del Viento en el ángulo suroccidental y la majestuosa Torre Mayor o del Homenaje en su lienzo norte. A finales del siglo XV la Aljafería se convirtió en sede y cárcel de la Inquisición. Desde ella y en macabra procesión, numerosos reos de pena capital fueron conducidos hasta la plaza del Mercado, donde se les quemaba vivos. Fue también residencia real con ocasión de visitas de especial categoría, como los Reyes Católicos en 1498; la princesa doña Juana y su esposo don Felipe en 1502; el papa Adriano VI en 1522; la emperatriz Isabel en 1533; el emperador Carlos en 1537; el rey Carlos II en 1677… Durante este tiempo fue objeto de una radical transformación cuando a finales del s.XVI, en tiempos de Felipe II el palacio fue convertido en un bastión fortificado para defensa de la ciudad y también cárcel real o presidio filipino. El proyecto, de Tiburcio Spanochi y Juan Bautista Antonelli, le dotó por primera vez de un foso seco alrededor de la fortaleza. Con la entronización de la nueva dinastía de los borbones, la Aljafería cesó como sede de la Inquisición en 1706 y poco después fue uno de los escenarios de la Batalla de Zaragoza durante la guerra de Sucesión, con bien poca fortuna bélica, pues apenas resistió un par de horas el cerco realizado por las tropas del pretendiente austríaco al trono. Desde entonces permaneció como una dependencia militar en un estado más bien precario hasta que en tiempos de Carlos III se la dotó de unas instalaciones defensivas más modernas y acordes con su categoría de “castillo”. Durante los asedios franceses de 1808-09 los baluartes y la muralla quedaron destruidos, y luego los escombros fueron utilizados para rellenar el foso, que desapareció. En 1862, siendo reina Isabel II, la Aljafería pasó a jurisdicción del Ministerio de la Guerra, que la convirtió en cuartel, remodelando completamente su traza, construyendo cuatro torreones angulares y dándole el aspecto con el que llegó al siglo XX. En esta línea, en 1887 incluso estuvo a punto de acoger a la Academia General Militar. A principios de los años 30 del siglo XX albergaba a dos regimientos de infantería (Infante y Gerona) y en el lado norte y adosadas al muro había además varias dependencias que complementaban el carácter castrense de su entorno, y al oeste de la muralla se levantó un gran almacén de efectos militares, un polvorín, e incluso un “homódromo” o pista de maniobras para los reclutas. En 1935 los hermanos Albareda publicaron un adelantado proyecto de restauración del antiguo palacio para el que proponían como condición inexcusable sacar al palacio del negociado de la Guerra, y convertirlo en un espacio museístico y de cultura. Durante la guerra de 1936-39 fue convertido en un gran arsenal de municiones, y tras 1939 retomó sus funciones cuarteleras con tropas de infantería, artillería antiaérea, zapadores, transmisiones... Testimonios de quienes pasaron por allí durante esos años recuerdan los armeros apilados en el “salón del Trono”, la “mezquita” u oratorio convertido en depósito de bayonetas, y la torre Mayor como calabozo. En 1947 y con el impulso de Francisco Íñiguez comenzó poco a poco el efectivo impulso restaurador de la Aljafería. Aunque con una mezcolanza de objetivos dispares, como cuando en 1949 y desde el consistorio se propuso asumir la recuperación de los “dos palacios”, el musulmán para Museo Arqueológico, y el cristiano como residencia del Jefe del Estado en sus visitas a la ciudad… En 1951 se constituyó el Patronato de la Aljafería, y en 1954 el ramo de la Guerra le entregó la parte más claramente histórico-artística lo que dio comienzo a las obras de restauración. A finales años 60, despojado de su función de cuartel, comenzó a ser visitada en grupos de civiles, lo que poco a poco sirvió para dar a conocer las maravillas que todavía albergaba la Aljafería. En estos años se reconstruyó el lienzo oriental de la muralla, la torre Mayor, el oratorio musulmán, la capilla de san Martín, el patio de santa Isabel, y las salas de los Reyes Católicos. En 1978 y dentro de la operación cuarteles, la Aljafería pasó a ser propiedad de la ciudad de Zaragoza al módico precio de 24 millones de pesetas, y el Ayuntamiento se comprometió a restaurarla y a hacer un parque alrededor. Al año siguiente, la nueva corporación democrática asumió su propiedad. En 1982 murió Francisco Íñiguez, sustituido por Ángel Peropadre, que impulsó la recuperación del foso. En 1983 el Ayuntamiento cedió a las Cortes de Aragón un tercio de la Aljafería, el correspondiente con la parte no monumental, para instalarse. En 1985 Ángel Peropadre fue cesado y sustituido por el tándem Franco-Pemán que en varias fases culminarían su recuperación. En todos estos años hubo numerosos cambios en el proyecto, desde la prevista convivencia del Parlamento, la zona monumental y un auditorio, pasando por la inclusión de una biblioteca municipal (luego biblioteca de las Cortes), la sede del Justicia de Aragón, un Museo de Arqueología y Antropología, el Museo de Historia de Zaragoza, un Museo de la Guerra de la Independencia... Esto fue así porque Ayuntamiento, DGA y las Cortes tenían planteamientos en ocasiones divergentes lo que provocó sonadas polémicas, felizmente resueltas. Mientras tanto y en 1987 se celebró en la Aljafería el primer pleno de las Cortes, y esta institución acabó siendo la única depositaria de todo el recinto, incluyendo las zonas verdes que lo rodean (parque de la Aljafería). Terminamos nuestro recorrido como empezamos, cuando el 12 de mayo de 1998 el Príncipe de Asturias inauguró las obras de restauración de este maravilloso palacio recuperado, como sede de la soberanía popular aragonesa y como recinto que condensa la historia de la ciudad desde hace casi diez siglos.…
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